lunes, enero 23

Capítulo 3: Acerca de Volar

Después del banquete de gusanos proseguí con algunas cucarachas y varias mariposas grises. Me guiaba una ancestral esencia para atraparlos y devorarlo, mientras mi humanidad se desvanecía, parecía un sueño lejano. Pensando eso me acurruqué en un rincón y me desvanecí.

El primer rayo de sol despuntó y abrí los ojos. Nunca me había sentido tan despierta apenas despertaba. Cuando era humana me desperezaba, romoloneaba, y pensaba en qué comería al levantarme. Ese día mi energía era vibrante, me sentía dispuesta a todo. Mi cuerpo se lleno de un escalofrío caliente, un deseo ferviente de volar.

Pude pararme y sentir como de esos pozos duros de mi cuerpo habían salido plumas; mis manos eran hoy inmensas alas rojas que se mezclaban con naranja y amarillo en las puntas. Me observaba, era realmente bella. Por mera galantería desplegué las alas. Sentí un aire en mi larga cola, y no pude mas que batirlas. Mis patas se doblaron y la celda se desvanecíó en un instante dejandome por encima de toda esa prisión. Por primera vez la miraba de arriba. Y el horizonte me obnubiló con su esplendor. El océano dibujaba ondas mientras el cielo turquesa vibraba detrás de unas algodonosas nubes blancas.

Giré y el sol me encandiló con su bravura, podía verlo sin que me encandile. Mis ojos eran tan poderosos, a lo lejos divisaba con absoluta claridad la tierra, la costa perfectamente definida, la vegetación espesa, me dirigí hacia allí, respirando el aire de mar, con su humedad salada, el aire por mi cuerpo, el calor de mis alas en movimiento. Pero lo más maravilloso era ese sentimiento que hacía tanto no sentía, una mezcla de libertad con regocijo. De almíbar y champagne. De deslizarme en la mas pura alegría, un momento eterno, un sentimiento inmenso de felicidad.

viernes, enero 20

Capitulo 2: Acerca de la Humanidad y la Animalidad

Sentí que flotaba, abrí los ojos y me rodéo una blanca espesura. Me abrazó una inmensa paz, me sentía expandida, brillante, sin la más mínima gravedad, pensé que había muerto.
Sin respirar sentía como el latido de mi corazón rebotaba en esa espesura que me contenía.

Tuc, tuc.... tuc tuc.... tuc tuc.... tuc tuc....

Pude divisar un punto de luz arriba, cuando mis ojos se acostumbraron, y entonces las vibraciones aceleraron el ritmo. Quise elevar mis manos, para tocar esa luz y no las tenía. Una punta chocó contra algo duro en mi cara: este no era mi cuerpo... esta no soy yo.

Mi piernas son cortas, mi cintura ancha, y la piel de mi cuerpo está llena de pocitos duros. ¿quién soy? ¿qué soy? ¿en dónde estoy?. El líquido me duerme.

Abro los ojos, oscuridad absoluta, y yo floto con menos espacio. Empiezo a sentir como me golpeo, me acurruco. Me siento aprisionada. Necesito estirar estas aristas que ocupan el lugar de mis manos, y estas garras que son mis pies. Pateo y siento que algo se rompe, tras un crujido que se expande por el líquido y comienza a disminuir. Con esas aletas golpeo también, me urge estirar mi cuerpo de una vez, cada vez más.

El aire helado me saluda, el penetrante olor de la humedad me impacta llenándome de recuerdos, pero mi cuerpo es un bodoque que no sé manejar. Los recuerdos de la celda, el suplicio y el ángel negro se desvancen ante una fuerza mayor que hace que me ponga en pie... en patas... en garras: sentía un hambre descomunal. Un ferviente deseo de comer insectos se me antepone sin problemas ante le inmensa fobia. Logro pararme y entonces no pude pensar mas, pude ver con claridad, el techo abierto, la pestilencia y la conciencia de la inmensa cantidad de bichos de todo tipo que allí habitaban. Los gusanos de mi comida, eran ahora, un recuerdo salvador, frente a mi. Llego ellos, intento en vano asirlos con lo que ya distinguía claramente como un ala, mientras una prepotente electricidad cruza por mi columna vertebral y me hace agachar la cabeza, y tomar con mi boca-pico uno a uno una veintena de larvas blancas. Deliciosas, me llenaban, humedeciéndome.

miércoles, enero 18

Capítulo 1: Acerca del crimen y la condena

Cumplí mi condena. Día a día esperé el cadalso, recibí las injurias, y el látigo se hizo tan amigo de mis viseras que ya casi parecían caricias. La noche sempiterna me hundía en el calabozo mientras la humedad penetraba sin piedad por todo mi cuerpo hastiado. La olía permanente e impiadosa.
Famélica, temblorosa y repleta de una tristeza insaciable lloré a gritos mi crimen. Culpé a otros, a mil otros que supieron lavar sus manos en su completa inocencia. Yo no había cometido ningún crimen, lo juraba, una y otra vez.
Un día gris de verano llegó un ángel negro a mi celda, se coló entre las rejas, se desparramó en mi sucia manta de dormir y me susurró con nostalgia la cruel historia a través de la cual fue despojada del reino de la inocencia. Con dos cuchillas rebanó cada uno de lo hilos que cocían mis ojos. Los abrí con el dolor intenso de quien no ve la luz, la borrosa forma de la celda en la que por años habité se revelaba lentamente. Era mucho mas inmensa de lo que percibía acuclillada. Vi los dibujos que mis manos ensangrentadas hacían en las eternas noches de soledad.
Una explosión abrió el techo, mientras decenas de murciélagos caóticos se chocaban para escapar de su nido pretérito, y una sola golondrina se paró en la pared derruida. La observé con tenaz intención de verla con claridad, no es fácil tras años de ceguera. El ángel negro tan sólo me miraba, y con palabras como dagas me llevaba a los mas recónditos lugares de mis memorias. Nunca fue injusticia, era verdad. Yo había cometido un crimen, y cumplía la condena.
No era víctima, era victimario. Los recuerdos, las cuchillas, el corazón que ya no latía. La noche se hizo en mi pecho, y anidó en mi vientre. Este fue mi castigo.
El ángel negro desplegó dos inmensas alas negras y se elevó, tras de él la golondrina y el silencio se hizo en mi morada. Ya no podia dejar de ver, ni culpar, ni dejarme engañar: vi la verdad. Yo la maté. El dictamen era cierto, el juicio verdadero y el castigo certero.
Genuflexa imploré al cielo nubloso que la condena termine de una vez. Pedí perdón a cada estrella del universo. Y lloré las lágrimas más pesadas que mis mejillas pudieran soportar. Me atiborré de verdad. Con un terrible pesar me dormí entre sollozos, con miedo de nunca despertar.