martes, marzo 27

La Falta Literaria






Vaya opulencia que te habitaba,
te alzabas con altanera presencia
tapando todo el cielo con tu grandeza.

Fuimos hormigas que te caminaron,
alimentándose de tus frutos ováricos,
mientras cada mordisco nos enseñaba,
con suave maestría,
acerca de la abundancia inmensa
de tus ramas dispersas como mapas
de las mil rutas de retorno
a algún lugar incierto,
a un rincón sagrado.



Grandes frutos se desplomaban implacables
como bombas vitamínicas, primero a tu piedras
luego a nuestra sangre, piel, pelos... al aura.

Todos nos convertimos en tus súbditos, magnánima.

Tu cómplice, el viento moviéndote las entrañas,
tras la tormenta agonizante,
mientras en tu regazo la lluvia seguía
brindando chispazos de gotas de vida.

Te bendicen los recuerdos literarios,
la música desperdigada
la ayawasca comunitaria con sus ícaros madrugados
litros de brebajes, carcajadas, humos de asados,
miles de días con su noches respectivas,
con nosotros, los otros y todos los bichos que te habitaron
durante tus largos cincuenta y tantos cuantos años.


Nos abrazan las saudades muy seguido,
y se siente en la inmensidad del cielo estrellado
o en las tardes de campo mateado,
que no es Dadá el sinsentido
el sinsentido es la ausencia de nuestra palta.

sábado, marzo 24

Puedo Preguntarle al Cielo


Puedo desmalezar mi corazón,
limpiarlo de restos podridos de dolores,
desespinarlo con meticulosa paciencia,
sacarle con un pincel las cascaritas.

Puedo eliminar de los archivos:
todos los buenos recuerdos,
hasta que los malos se hagan
un totem gigante de antimemoria.

Puedo esquivarte, desolerte, desandarte.
Puedo no escucharte, ni verte ni tocarte.
Mil veces puedo ignorarte,
aparentar que tu presencia es ausencia,
como la luna ignora que el sol la ilumina
y se despliega sola como la reina de la noche.

Sí que puedo mirarte ahora, hablarte,
puedo boxearte, inclusive.
Puedo humillarte y maltratarte
con el mismo desdén que vos lo hacías.

Puedo coleccionar amantes,
puedo sentir mas placer que el que me dabas,
puedo estar despierta hasta la madrugada
corriendo desnuda por mi casa
transpirada, excitada, extasiada,
y ni siquiera pensarte tantas veces
mientras me aman.

Sí que puedo olvidarte,
maldito generador de lágrimas,
odiosa parte oscura de mi pasado,
sí que solté la cruz de sentir tus espinas
en mi alma, en mis piernas y en mi espalda.

Pero pregunto a las estrellas, al cielo, a mis guías
a Freud, a Einstein, a Kryon, y hasta conjuro a Jung,
con todo mi agnosticismo llamo a Cristo Padre Redentor,
al Buda, a Marx, a Lao Tse y hasta Mao Tse Tung
y les pregunto con un aullido de gato madrugado:
¿Por qué, si puedo con todo esto, aún me despierto
con la ferviente certeza de que otra vez te he soñado?