Extraño tu mirada
tu estar quieto
tus gritos de gol
tu fútbol incesante
tu música en las paredes
tu llanto dificultoso.
Extraño tus cartas,
la única instancia
en que podías
demostrar afecto.
Me sigue resultando
tan extraño mi mundo
si vos no estás.
Te imaginé amable
devoto de mi presencia,
cuidándome como nadie
nunca lo hubiera hecho
jamás.
Sentí tu presencia
como el centro
de mi universo.
Fuí todo lo que creí que querías
aún así no me amabas
o no se notaba,
hasta que mis enojos
me devolvían
la plena seguridad de tu cariño.
Pero me lastimabas,
cada vez que me descuidaba
algún daño nos encontraba
entre reproches desentendidos.
Te sueño, te reinvento,
me desvelo,
te lloro con excusas,
porque al final
¿cómo podría llorar
un no sé qué?
porque al final
¿cómo podría llorar
un no sé qué?
¿Y si fueran mis excesos?
¿Nací mal?
¿Nada fue suficiente?
Porque nada que yo hiciera
me otorgaba un gesto de amor,
ese eterno supuesto.
Nunca me dijiste que fuera linda,
ni inteligente,
nunca me sentí tu preferida.
Me decías que artisteaba;
me apodabas urraca
-¿no encontraste un bicho
más feo y despreciable?-
Te ofuscaban mis lágrimas
te violentaban mis reclamos.
Yo no sentí que me cuidaras
creo que me despreciabas,
¿por qué te di tanta bronca?
Me dolés en la frente,
la nuca y la espalda.
Me dolés en las muelas,
cuando la noche salvaje
se hace eterna.
Me dolés alma, cuerpo,
aire, suelo, cielo y viento.
Nunca nos llevamos tan bien
como ahora que estás muerto,
y pese a los mil días que te fuiste
aún me duelo, papá.