Estoy convencida de que en cuestiones de comida y de sexo nada debe ser apresurado. También entiendo que ambos comienzan desde el mismo momento en que la idea de co-m/g-er cruza por la mente.
Cada paso hacia esa meta es perfectamente cuidado. Si elegimos carne, no me lo discuta, mas vale dos kilos de vacío en una ardiente parrilla plena de brasas leñosas, con música y brebajes, a una plancha con dos bifes tapados con la tapa de otra olla, cocinados en 10 minutos, con el ruido constante del aparato este que se lleva el humo. Incluso el momento de la carnicería es toda una metáfora. Enamorarse del trozo de carne que aparece de la heladera de madera, verlo sumergirse en la balanza. Imaginarlo, humeante y dorado. Pagarlo. Llevarlo, ya es tuyo.Limpiar la parrilla. Hacer el fuego. Servirse un trago. Saborear el humo y la sed. Mimar las brasas. Dulce momento el de salar, sentir en los dedos la fibrosa sensación húmeda y contundente de la carne cruda. Despacio, acercarse a la parrilla y dejar caer sutilmente el precioso objeto en las ardientes rejas que lo separarán de las brasas durante un par de horas. Vibra, se siente un sonido suave: Fshhhhhhhh…
Cuando el primer beso espera, se construye, se imagina. Cuando los olores permanecen sin ser totalmente averiguados, largas investigaciones. Si miles de palabras ya rondaron, pensamientos, ideas, carcajadas. Si la imaginación ya está en huelga de tanto soñar el momento. La humilde sensación de la espera. La enorme adrenalina de no saber cuándo o cómo. Respirar el mismo aire, escuchar la misma música, sentir el mismo mundo. Saber un poquito de sus gustos, que sepa un poco de los de una. Imaginar, sin fundamentos, sabiendo que no será así. Y el primer contacto, el primer beso, las manos, el cuerpo, develar olores, sensaciones: Fshhhhhhhh…
El resultado es seguramente una gran co-m/g–ida. Inolvidable. Memorable. Glotonería en su máxima expresión. Orgasmos múltiples.